Catalina Howard, la quinta esposa del rey Enrique VIII, murió decapitada. Era muy joven y sufrió la misma suerte que su prima Ana Bolena, la segunda esposa del monarca. En Una rosa sin espinas, tercer volumen de “Las Reinas Tudor”, Jean Plaidy cuenta la historia de Catalina Howard, de una manera muy semejante que la de Ana Bolena en La dama de la torre: se pone en el papel de la reina en cuestión y nos da a conocer su historia vivida en carne propia.
Desde muy pequeña
Catalina se fue a vivir con su abuela, precisamente en las vísperas del
matrimonio de Ana Bolena y Enrique VIII. El hecho de que un miembro de la
familia se convirtiese en reina, provocó
que la abuela usara la figura de su nieta Ana como un ejemplo a seguir para
Catalina, sólo por el simple hecho de estar en la corte y relacionarse con
gente de su clase. Fue educada de forma tan estricta en ese aspecto, que tuvo
que sacrificar la relación con un hombre a quien amaba en su adolescencia, todo
por darle gusto a su abuela y buscar codearse con gente de la corte inglesa. Y
así fue. Resultó que su primo Thomas Culpepper, muy unido a ella en la
infancia, era uno de los caballeros más cercanos al rey, por lo que ella
vislumbró grandes ventajas en el hecho de convertirse en una de las damas de la
reina Ana de Clèves, cuarta esposa de Enrique VIII.
Ana de Clèves carecía
de la belleza y la gracia que Enrique requería para sentirse orgulloso de su
cónyuge, así que él no tardó en fijarse en alguien más y por qué no, en una de
las damas de la reina, me refiero a Catalina Howard. Ella tan sólo tenía
dieciocho años, mientras que él ya pasaba de los cincuenta. Aunque ella amara
profundamente a Thomas Culpepper, aceptó casarse con el rey, tanto por
influencia de su familia, como por asombro ante tanta riqueza y elegancia, aunado
al deseo de un estatus y una vida de reina, como la tuvo su prima decapitada
Ana Bolena. Lo que no se imaginaba, es que correría la misma suerte que esta
última. Tal pareciera que cargó con esa maldición y no se libró de un destino
trágico.
Tanto en La
dama de la torre como en Una rosa sin espinas, Jean Plaidy
retrata la parte sentimental y reflexiva de ambas y tal vez pretende provocar
un poco de compasión y empatía, intentando justificar las razones que
finalmente las llevaron a cometer adulterio. Y es que se enfocaron ingenuamente
en satisfacer sus deseos inmediatos, sin imaginarse las consecuencias que
conllevarían. No cabe la menor duda de que el rey no era una blanca palomita,
pero en esa época e incluso en la actualidad, el hecho de que el hombre cometa
adulterio no se castiga igual que si una mujer lo perpetuara. A ellas les va
peor.
Una rosa sin espinas,
es una novela interesante, ya que además de que el lector conoce más de la vida
de Catalina Howard, se envuelve en el ambiente de esa época, conociendo la
forma de vida de la realeza, la gente que la acompaña en la corte, las
intrigas, sacrificios, amoríos y más.
Su saga de las Reinas Tudor es de fácil lectura, no
utiliza un lenguaje complejo y el recurso del diálogo conduce a una lectura más
fluida. No cabe duda que la vida de las seis esposas de Enrique VIII y del rey
mismo, es realmente apasionante e introducirse en la vida de los miembros de
los Tudor genera aún más interés en profundizar y sumergirse más en las
historias de esta dinastía.
Este texto de mi autoría también fue publicado en:
Comentarios